miércoles, 24 de mayo de 2017

CIENTÍFICO

CIENCIAS
             “¿Sabes qué cosa es la más rápida de todas?” le dijo su padre un día de caza. “La vista, Amado, la vista: abres los ojos y ¡zas! Tu vista se posa en el instante en la cumbre de aquélla montaña, en la luna, en las estrellas, en un instante… no hay nada más rápido”.
Como todos los chicos de tu generación, alguna vez soñaste con ser astronauta.
            Yo seré astronauta, te decías, y viajaré a la Luna, que a las estrellas sabes que no puede ser. Y soñaste, como tu generación entera, y te juraste, os juramentasteis todos, que irías, astronautas, a la luna. 
            Y así, fue el 21 de julio de 1969: todos fuimos Armstrong aquél día, aquélla noche aquí. Todos dimos aquel pequeño gran paso en la Luna. Todos lloramos cada vez que lo recordamos y nos vemos allí, dando el último saltito desde el escalón al polvo lunar. Lo habíamos logrado.

            En las jornadas de caza, de contacto con el mundo natural, y en las conversaciones con su padre sobre ríos y nubes, sobre bosques y aves, sobre estrellas y misterios, Amado lanzaba su vista al viento y más allá, y quería saber qué hay más allá de donde la vista alcanza y cuando tuvo que elegir entre Letras o Ciencias, se matriculó sin dudar en Ciencias: sería Físico, Astrónomo,  averiguaría cómo funciona el Universo, sería un genio de la Astrofísica, o quizás Biólogo, Zoólogo, para comprender cómo la Vida funciona… La tercera vocación de Amado fue la Ciencia, así en general. La Ciencias, no las Letras. Las letras estan bien para escribir poesia, para leer, para jugar con las palabras, para escribir cartas, para soñar... pero no valen para conocer, para entender el mundo, para saber cómo funciona, de dónde viene y a dónde va, para saber, saber, saber (¿no me llamaba Sabio el tio?).

            -¿Ciencias, vas por Ciencias, Amado? ¡Pero hombre, si lo tuyo son las Letras!!
           
Quizás tenía razón Don Pedro cuando me decía eso el día aquél inolvidable en que por fin fui a visitarle a su casa, años después de que abandonara el colegio. No lo ví mucho más viejo, llega un momento en que los mayores envejecen muy lentamente a ojos de los muy jóvenes: ya los vieron siempre “viejos”. Lo acompañaba su esposa Isabel, con la que se había casado estando en el Colegio. Era ella profesora de Latín, extremadamente inteligente, magnífica docente y sin duda una gran mujer. Me contó que tenía que tener sus libros más queridos (Machado, Hernández, Lorca) en casa de amigos, porque, aunque eran libros que ya estaban en las librerías, si se los veían en las frecuentes inspecciones que realizaba la policía en su casa, sencillamente se los requisaban sin más miramientos. Me fijé en un cartel que tenían pegado detrás de una puerta, representando un urogallo en el éxtasis de su canción y un lema:...¡¡Como el urogallo, canta!!, que Don Pedro me explicó enseguida: El urogallo canta, Amado, y, porque canta, muere. (Mientras canta, llamando a la hembra, se aturden sus sentidos y no percibe que el cazador se acerca) Pero el Urogallo canta. Haz tú siempre como el urogallo, Amado: canta, canta siempre!! ¡Como el urogallo!! Con esa exhortación me despidió aquél día. Yo marché con el firme propósito de volver. Nunca más lo hice. A los pocos años alguien me dijo que había fallecido. Al empezar a redactar estas páginas he descubierto que aún no había fallecido. Murió no hace tanto. Dios mío, qué pena tan grande por irremediable no haberlo ido a visitar por lo menos cuando me hice Maestro, para decirle: Don Pedro, soy Maestro. Voy a enseñar a mis alumnos a escribir bien, como usted me enseñó, a redactar bien, y les voy a enseñar a pensar, y les voy a decir que canten siempre como el urogallo canta. Y voy a hacer teatro, y poesía y, ahora que hay democracia, les leeré a Machado y a Miguel Hernández y a Lorca. Y les diré una y mil veces que canten como el urogallo canta, aunque cuando canta muere: ¡ pero el urogallo canta!
            Y lo hice: leí poesía a mis alumnos, Espronceda, pero también Miguel Hernández  les puse “El Maestro” de Patxi Andion (El cura cree que es ateo; el alcalde, comunista, y el cabo jefe de puesto, piensa que es un anarquista) y “No nos moverán”...Y lo hice siempre en memoria íntima de Don Pedro, y para que sonriera orgulloso entre mis neuronas, donde pervivirá siempre, él que nunca lo hizo, que no nos leía tales poesías (le iba la libertad en ello), él que no podía... pero yo puedo, Don Pedro, Ya se puede, va por usted, Don Pedro, va por usted la libertad gozada, la libertad ganada,  sobre todo, por usted y los suyos, los nuestros, los de todos, porque de todos es la libertad y todos la hemos ganado que no queda ya nadie de los que nos la negaban.

               El País.

               Perfil/Necrológicas

               En memoria de Pedro Dicenta

Andrés Sorel, 26/02/1996
El 22 de febrero, en Madrid, ha muerto Pedro Dicenta. Pertenece al patrimonio de la memoria selectiva: los hombres silenciados. Aquellos de los que no hablan los políticos en sus campañas. Quienes durante décadas fueron, en cambio, protagonistas de la lucha y la ética política, sufrieron todo tipo de represiones por alcanzar una España diferente. Los hombres que posibilitaron estos idus de marzo, desde la utopía y con una concepción diferente. Pedro Dicenta fue uno de los firmantes del documento conocido como de los 102 intelectuales, contra las torturas a los mineros asturianos. Año 1962. Fraga Iribarne intentó descalificarle. "Entre los firmantes", decía en su escrito represivo, "hay hasta un maestro de escuela". Eso era el nieto del autor de Juan José. Un maestro de escuela. Un luchador. Un amigo.En el cementerio, este 23 de febrero que por unas horas nos hizo recordar, afortunadamente ya es sólo aniversario, lo peor de la historia de España, un puñado de compañeros entonaron los sones de la Internacional. Las palabras es posible que esté gastadas, apenas se recuerden. Pero las ideas, sencillas, soñadas, nunca encarnadas, por las que vivió Pedro Dicenta, arrancan más que lágrimas, desesperanza o fatiga a nuestros pensamientos: encarnan ese concepto de "fraternidad" tan poco usual en nuestro amargo presente político
           
            Siempre me ha quedado el remordimiento de no haber tenido la valentía de aceptar el desafío de las Letras que Don Pedro confiaba que yo podía y debía acometer.
            Pero es que a ti siempre te atrajo un abanico muy amplio de materias, y tenías una autoestima excesiva, que te hizo darte el gran batacazo ya con la primera elección de futuro que realizaste, por estar ciego para tus limitaciones.
             -Uno tiene derecho a equivocarse por sí solo, Amado.
            Eso decía tu padre.
            Tu padre no quería interferir en tu decisión, tenías que elegir tú sólo la carrera que estudiarías. Equivócate tu solito, insistía.

            Y vaya si te equivocaste.

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