Hay
otra explicación, quizás más importante, que justifica la aireación pública de
las memorias privadas de un maestro: remover las memorias personales de cada
lector de manera que se sorprendan a sí mismos en esa espiral vital que nos
hace pasar una y otra vez por la misma geografía de sucesos y decisiones, de
oportunidades ganadas y perdidas, de alegrías y de penas, de logros y de
fracasos...¿no sólo es que no cambiamos, es que no cambia tampoco el entorno?.
En cada vuelta la espiral está más abierta, pero pasa el mismo río una y otra
vez, los mismos valles y montañas, los mismos cielos soleados y tormentosos,
los mismos vecinos, amigos y enemigos.. sólo cambian sus caras, sus nombres,
sólo envejecemos. Aprendemos, sí. A reaccionar, a comportarnos, a perder y a
ganar. Aprendemos, sí, a comunicarnos, aprendemos a aprender. Aprendemos, sí, a
no reír muy alto, a llorar poco. ¿Como el prota de “Atrapado en el tiempo”,
volvemos una y otra vez al mismo escenario y,a al contrario que él, repetimos
una y otra vez la misma actuación?
Este
libro recorre esa espiral.
Hay
un tercer por qué: este maestro no expuso una última lección magistral. No hizo
un discurso de despedida. No recibió un homenaje. No repartió bendiciones. No
habló ex-cátedra. Don Amado (bueno, Amado a secas, seamos progres como él lo
fue, peor para él)...Amado somos todos, y no sólo todos los maestros. Y cuándo
él se pregunte sobre su papel social, sobre la huella (la fenda incluso) que
dejó en los demás, el lector se verá quizás impelido a preguntarse por la suya,
todos somos alumnos-maestros-profesores-padres. Y es que todos aprendemos y
luego enseñamos, y todos dejamos “pegada”,
y es bueno repasar esa huella antes de emprender la última, definitiva y
diferente etapa vital, para comenzarla con las alforjas llenas no sólo de
experiencias, sino también y sobre todo, de enseñanzas que enseñar, de
proyectos que compartir, de alegría que dar, de amor que sembrar, de paz que
prodigar.
Este
libro repasa esa huella.
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